
07 Jul «No te tapes la boca, Jose»
Por Jesús Alba Tello.
Periodista, Entrenador, Dirección y Scouting Deportivo (RFAF).
Como supongo que le pasará a todo el mundo, a menudo presencio un partido de fútbol y no me gusta lo que veo, pero es que últimamente también se me da el caso de que no me gusta lo que oigo. Si tenemos ya asimilado que el entrenador moderno no puede estar sentado, he de decir que esta conducta denota una de dos cosas: o es falta de confianza en los jugadores para que éstos desarrollen sin necesidad de que se lo recuerden el trabajo asimilado durante la semana u obedece a un simple posicionamiento de egos. Hay que captar la atención y, como de momento el entrenador no puede estar dentro del campo, hay que hacerse notar.
Demos un paso más y aceptemos que la imagen del entrenador bajo el toldillo del foso o sentado todo el tiempo en el banquillo hace años que quedó superada, pero sí admitamos que de alguna forma chirría el espectáculo de algunos recorriendo el área técnica en una especie de terremoto de comunicación gestual y, lo que vengo a criticar, también verbal.
Pero quizá lo que ya no tiene un pase, por lo menos por mi parte, es la manera que algunos, su forma de dirigirse a sus jugadores y de perder los nervios presa de la incertidumbre del resultado. Mayor gravedad, si cabe, cuando ellos mismos se llaman formadores y sacan pecho porque dirigen un equipo, el que sea, de los escalafones inferiores de un club profesional.
Si un entrenador debe cuidar su imagen, me parece que esto va más mucho más allá de ponerse un traje. Soy de la opinión que el entrenador, para que sus futbolistas crean en su mensaje y lo hagan suyo, tienen que lucir en el pecho el mismo escudo que los que están en el campo. La imagen no es un traje, la imagen son los modos, la forma en que uno se dirige al grupo, al árbitro asistente, al futbolista que ha perdido el balón por un regate innecesario con todo el equipo arriba o cómo se interesa por un futbolista que ha caído lesionado.
La imagen que el entrenador con su comportamiento desprende lo acaba mimetizando la grada y está en parte en su responsabilidad, fomentar violencia o aplacarla. Cuidemos eso, por favor. Cada uno en su estilo, de acuerdo, pero con decoro. Hay banquillos que parecen jaurías de fieras en la que grita el entrenador, el segundo, el preparador físico y el preparador de porteros. Todos a la vez.
Cuando vi por primera vez a José Herrera en un banquillo hablándole a los chavales del Sanluqueño juvenil con la naturalidad de quien tiene en todo momento el control de la situación comprendí que no hace falta más que ser uno mismo. No me vale el líder autoritario porque se tendría que llamar otra cosa, cualquiera menos un líder. Eso no es un liderazgo, eso es una tiranía, y el resultado aparece en el campo. No me refiero al marcador, sino al producto final, que debe ser la marca de cada entrenador. Me refiero a futbolistas atenazados, con miedo a fallar, cada vez con menos tiempo de contacto con el balón… ¿y no acaba eso incidiendo en nuestro modelo de juego?
Era una tarde de julio, se medían en El Palmar dos equipos juveniles, pero uno era totalmente amateur, de Liga Nacional, el Sanluqueño, y otro semiprofesional, de División de Honor, el Betis. Una prueba de que el resultado no importa es que no lo recuerdo. Lo que recuerdo es a un grupo de chavales disfrutrando de lo que hacían y a otro que no. No es coña, ni es un cumplido. Aquello me hizo ver esta profesión, que no es la mía pero que me interesé en aprender, de una manera distinta, a algo más cercano a la docencia, que va mucho más allá que la competición. Sin conocerme absolutamente de nada, no sé por qué pero José no me mandó al carajo sino que empezó a compartir conmigo algunos de sus pensamientos, primero sobre futbolistas que él conoce bien y que ha modelado, Marc Cardona, Cristian Rodríguez…, luego sobre fútbol en general, formas de trabajarlo en los entrenamientos, en los partidos.
He visto a entrenadores en la élite hacer barbaridades en su particular show en la banda. Ridiculizar ante 40.000 personas a uno de sus chavales -al canterano, claro, nunca al veterano- poniéndolo de tonto con el simple gesto de llevarse las yemas de los dedos a las sienes (fíjense qué sencilla y a la vez qué daño puede hacer); he visto a formadores entre comillas insultar a sus futbolistas, amenazarlos, inculcarles el miedo a fallar.
Quizá por todo eso desde aquella tarde de brisa marinera en Sanlúcar hago lo posible y lo imposible para acercarme a ver los equipos de José. Porque en los partidos no sólo hay que ir a ver, sino también a oír fútbol. Por eso también, entre otras cosas, prefiero el fútbol en directo al de la tele, porque, por si fuera poco, los entrenadores se tapan la boca cuando hablan. Tú no lo hagas José, ni ahora ni cuando llegues a la élite (que llegarás). Tú no lo necesitas, José. Nunca te tapes la boca. Deja que el fútbol no sólo se vea, sino que se oiga.